16 d’agost 2011

l'Amistat


L’Amistat (en majúscules) personalment l’entenc com un art: l’art de donar. Si sentim per algú aquesta emoció i és sincera i completa el que fem és donar. Donar suport incondicional, confiança plena, afecte… teixim una xarxa per què el nostre amic o amiga puguin viure la seva vida sense “perills” en allò que estigui en la nostra mà, una xarxa que si cau, el reculli i el bressoli fins que es pugui recuperar i tornar a viure plenament, una xarxa que, si no cau, no li impedeixi cap moviment.

No sempre donant rebrem però si moltes vegades i aquí està el repte. L’Amistat és donar per generositat i sense interès i és d’aquest donar del que obtenim més satisfacció i per tant més felicitat.

Avui us proposo la lectura d’un conte de la meva amiga Cristina Catarecha. El caso de la trapecista sin red. La foto també es seva, veureu que tant les paraules com les imatges no tenen desperdici!.

El caso de la trapecista sin red

Tengo cita con el Notario, dijo Mercedes. Bien, espere un momentito por favor, contestó la escuálida secretaria mientras consultaba la agenda de sobremesa. Pase, haga el favor. Señor Quintero, la señora de Biedma, presentó la Escuálida evaporándose segundos después.

El Notario, joven y guapo, como para romper todos los cánones, le tendió su mano cálida y afectuosa mientras la miraba con curiosidad.

Señora de Biedma, lamento la pérdida. Nunca es fácil en estos casos pero lo de hoy es, por lo inhabitual, muy especial. Mientras pronunciaba estas palabras había depositado sobre la mesa una pequeña caja de terciopelo verde y un sobre alargado de color naranja.

Mercedes le miraba atónita.

Hacía un par de semanas, al finalizar su actuación en el circo El Gran Salto, un hombre se le acercó entregándole una especie de citación; cuándo ella quiso reaccionar y preguntarle, él ya había desaparecido.

Mercedes era una gran estrella del trapecio, reconocida a nivel mundial desde que 13 años atrás –apenas cumplidos los 14- su número alcanzó la fama en Madrid, de allí saltó a las mejores carpas del mundo. Su arriesgado número sin red no dejaba indiferente a nadie. No había vuelto allí desde entonces y le entusiasmaba el hecho por haber sido el escenario de sus inicios. Durante casi 10 meses había estado viviendo con su madre en una pequeña pensión de Lavapiés –Casa Carlota- intentado salir adelante en el difícil mundo del circo. Los bonitos recuerdos se mezclaban, tercamente, con las dificultades vividas en aquella época.

Carlota era una vieja cubana que acogía con cariño a todos y por muy poco dinero. Había tenido entre sus faldas a Mercedes contándole asombrosas historias de su querida Habana al calor de los pucheros. De eso hacía ya tanto que parecía otra vida.

¿Qué habrá sido de Carlota? pensó Mercedes.

Un carraspeo de Don Quintero le hizo volver a la realidad de la estancia.

Bien, veo que no conoce el motivo de esta reunión, dijo el Notario. No, contestó ella temiendo haberse metido en algún lío del todo inesperado.

Verá, continuó él, hace exactamente un mes – el 1 de septiembre- Doña Carlota del Valle Armenteros falleció de un paro cardíaco en su casa de Lavapiés. En su testamento dejó esto para usted. Debe conservarlo y no abrir la caja hasta pasados 31 días a partir de mañana. El día 1 de noviembre podrá abrirla y leer el contenido del sobre, no antes. ¿Está de acuerdo?

Sí, dijo ella asombrada, supongo que sí. Muchas gracias. Bien, pues nada más; con este acto quedan cumplidas las últimas voluntades de Doña Carlota. Buena suerte.

Se despidieron y Mercedes se dirigió a su casa en el campamento del circo –una gran casa con ruedas a la que no le faltaba ninguna comodidad- con la caja y el sobre en el interior de su bolso. Su cabeza no paraba de pensar; no entendía nada.

Dejó la caja de terciopelo verde y el sobre naranja en el interior del primer cajón de la cómoda de su dormitorio. Durante el resto del día se dedicó a entrenar duramente, no podía relajarse en absoluto pues su vida dependía de ello. Se acostó cansada y pensativa y dejó que el sueño la abrazara hasta el total abandono. Le pareció oír algo, como un rasgueo, pero no pudo hacer caso, el sueño la había poseído.

Al día siguiente, al levantarse, vio el cajón de la cómoda ligeramente entreabierto. Lo abrió del todo y le pareció que la caja estaba algo ladeada. Sin darle más importancia, la recolocó, cerró de nuevo el cajón y se dirigió a la carpa.

Los días transcurrían entre funciones y duros ensayos y las noches, en cuánto apagaba la luz, se convertían en un crisol de sensaciones y pequeños ruidos que nunca conseguía identificar. Tenía la sensación de no estar sola y de que alguien rondaba por allí con el sigilo de un gato. Si encendía la luz precipitadamente todo parecía detenerse y el cajón, como desde el primer día, aparecía siempre ligeramente abierto. Al cerrarlo por la mañana parecía pesar más y más.

Mercedes estaba muy intrigada con la entrega del Notario y no se le ocurría, ni de lejos, qué podía haberle dejado Doña Carlota ¡Pobre mujer, si no tenía riqueza alguna! al menos hasta donde ella sabía, se decía Mercedes.

Estaba cansada, los años se desgranaban lentamente y la lesión de clavícula tras aquella casi caída en Berlín le pasaba factura. Milagrosamente en aquella ocasión salvó la vida. Era aún joven para retirarse pero lo arriesgado del número no permitía fallos y ella ahora no estaba al 200%.

Faltaban 2 días para el 1 de noviembre.

Pasó la última noche apenas sin dormir, ni siquiera el cansancio de las exitosas funciones podía con ella. No dejaba de mirar ese cajón entreabierto, hoy más que nunca, y a la luz de la luna que se deslizaba por la ventana le pareció descubrir un brillo fugaz y unos pasos suaves. Se arrebujó entre las mantas y cerró los ojos con fuerza. Tenía miedo.

A la mañana siguiente el cajón totalmente abierto le dejaba al descubierto algo que ella desconocía y, sobre eso, la caja de terciopelo verde y el sobre naranja. Era 1 de noviembre, llegó el momento.

Se sentó en el borde de la cama y abrió el sobre.

Su piel, erizada. Sacó una carta.

Querida Merceditas,

si lees esto es que ya no estoy en el mundo de los vivos. No te preocupes por mí, yo estoy bien, con los míos, con los que quiero. Siempre he recordado con nostalgia aquellos meses que tú, mi niña, y tu querida mamá, pasasteis en mi humilde casa. Tú fuiste, durante ese tiempo, la niña que yo nunca tuve y así siempre te he considerado. He cuidado de ti en la distancia, con mis santerías, con las enseñanzas de los más sabios y ahora quiero seguir haciéndolo.

Abre la caja.

Mercedes soltó, entre lágrimas, el sobre naranja y cogió la caja de terciopelo verde. La abrió.

Dentro una araña de oro blanco y brillantes parecía descansar plácidamente mirándola a los ojos.

Guárdala siempre contigo, será tu ángel custodio, seré yo. Ahora mira mi otro regalo.

Mercedes extrajo una prenda. Era un precioso traje de trapecista confeccionado como por miles de pequeñas gotas brillantes en un micro rosario perfecto. Era de un tejido desconocido, como una seda especial, finísima y bellísima de color blanco grisáceo.

Mercedes, a partir de hoy ponte este traje, es tu red. Estarás siempre a salvo, nada podrá ocurrirte allá arriba.

Durante ese mes, cada noche la araña cobraba vida. Salía de su caja-casa verde y tejía una preciosa tela de araña, mágica y única. Un manto protector perfecto.

Mercedes estuvo siempre a salvo y su éxito siguió años y años.